- ¿Te quieres casar conmigo?- Preguntó él.
- Sí, quiero- dijo ella y miró para otro lado; era la constatación de un hecho, no una proposición.
Los ojos de él se entrecerraron y doblando su cabeza, formaron un signo de interrogación.-¿porqué? le preguntó sin decir nada. ¿No era obvio? El hombre tenia riqueza, fama, ella no tenía nada. Esperó un momento para responder.
- Una vez mi amigo, Choro Ale, le dijo a mi pequeña hija algo que oí y me cambió: que la hembra es un portal, es la única que trae a los de allá. Yo creo que va más allá, no somos un sólo portal, somos por lo menos tres. Y tú conoces algo de mi historia, sabes que me abrí alguna vez, lo abiertas que quedaron esas puertas y el daño que me causó, lo ostra que me volví... Por eso me quiero casar contigo, me quiero abrir a ti, que tú seas receptor de mis portales y lo que emana de ahí-.
Él la entendió, a medias. Se conocían hacía tan poco, sin embargo, que él no se atrevió a hacer la proposición.
Ella lo miró, sus oscuros ojos llenos de ternura. - Quiero algo de ti, Dam, más que casarme contigo: dame esa soledad que cargas. Las minas también podemos ser portales de regreso. Dame esa soledad, y déjame comerla, masticarla, vomitarla, o digerirla y cagarla. Quiero liberarte de ella, destruir tu soledad-.
Esta vez sí entendió, completamente. Y el signo de interrogación de su rostro sonrió.
-Pero eso...¡es lo mismo que casarnos!-.
Ella entrecerró los ojos y rió como el perro Patán. Lo miró, y dijo: -¡Sí!!-.
